Reunión Familiar

La despedida de la «Gata» nos dio la excusa para juntarnos y sanar viejas heridas. Se retiró uno de los hijos adoptivos más queridos de nuestra escuela.

La «Gata» festeja el empate frente a Cruzeiro e inmortaliza uno de los puntos culmines de su carrera.

Son las siete de la tarde de un viernes cálido en La Plata. Hoy mismo hizo 33 grados y la noche se presta para salir en remerita. Es el año 2022, la ciudad y el mundo ya no son iguales que antes. La vida pasó y con ella una pandemia y una larga cuarentena que finalmente se terminó. Los barbijos y la distancia social son cosa del pasado. 

En las calles 1 y 57 la gente de Estudiantes se viste de gala. Ahí donde el diagonal 78 se corta con 3 y 56 se empiezan a juntar los hinchas. El fernet corre, la birra y unas cuantas cosas más acompañan. Los vendedores no solo venden camisetas, gorros y banderas del pincha, sino también de la selección Argentina. Claro, Qatar está a la vuelta de la esquina.

¿Cuántas cosas nos quitó la pandemia? Exceptuemos, si es que se puede (imaginariamente, aunque sea), la cantidad de vidas que el COVID-19 se llevó. Hablemos de lo simbólico, ese abrazo con tu abuelo, el beso que nunca pudiste dar, la sensación de encierro y frustración que te corrió por las venas al sentir que la situación era inacabable. Ingresamos en un loop en donde no se podía ni ir a comprar un kilo de tomates a más de cinco cuadras de distancia sin sentir que el mundo se podía terminar. 

La gente del león está de fiesta, el año tuvo muchos altibajos. De merecer jugar una semifinal de América a perder por goleada (y de local) frente a un plantel amenazado de muerte. De Zielinski a Balbo pasando por Quattrochi. La temporada terminó y ahora todo vuelve a comenzar. Es el ciclo eterno del fútbol; no importa tanto que pasó ayer, siempre lo mejor -y lo peor- está por venir. Pero hoy la familia se reunió en su casa para decirle adiós a un hijo adoptivo; eso es motivo de celebración.

Si hablamos de simbolizar, hablamos- en parte- de la capacidad de significar que tiene el ser humano. Podemos basar esta significación en un sentido estructuralista; todo signo tiene un significado (el concepto al que nos remite) y un significante (la imagen que se nos figura). El hombre comprende el lenguaje gracias a esto.  

Voloshinov (lingüista soviético) decía que el lenguaje era: “conciencia práctica (…), argumentaba que el significado era necesariamente una acción social dependiente de una relación social”. Un ejemplo en criollo: el siete es solo un número. Pero en la ciudad de La Plata, el significado ha cambiado a raíz de una acción social (una tremenda goleada) que depende de una relación social (la clásica rivalidad entre Estudiantes y Gimnasia); el siete ya no es aquello que indica que algo está siete veces, sino un estigma para una porción minoritaria y un orgullo para una gran parte de la capital de la provincia de Buenos Aires.

Todo el marco que hay en las adyacencias del Estadio UNO se debe a un nombre propio. Gastón Fernandez, mítico número 10 que marcó uno de los goles más importante de la historia moderna de uno de los clubes más grandes de américa, tiene su fiesta de despedida. La gente se amucha en procesión, hoy juega el Estudiantes de Sabella. La formación sale de memoria: Andujar- Re- Schiavi- Desabato- Cellay; E.Perez- Verón- Braña- L.Benitez; G.Fernandez- Salgueiro (que reemplaza a M.Boselli ausente por motivos personales). Es una de las últimas funciones del equipo que más felices nos hizo. 

Entre tantas cosas que nos quitó el COVID-19, el hincha de fútbol sufrió el desarraigo. La acción social de ir a la cancha es una de las cosas más importantes que poseen los fanáticos, es el signo de fidelidad, lealtad y amor. Al hincha de Estudiantes se le impidió, entre otras cosas, presenciar el último partido de G.Fernandez, disfrutar a pleno la cancha a la que le había costado más de diez años volver y ver a Mascherano y Rojo en su plantel. Lo que parecía ser el inicio de un gran ciclo terminó en la debacle; Milito renunció, Desabato solo dirigió un partido con público y después el parate pandémico; siete meses sin ver rodar la pelota y más de un año sin poder ir a la cancha.

Fue desolador, un equipo diezmado, con el abandono del “jefecito” que de un día para el otro dejó de sentirse jugador de fútbol. Los pibes dieron la cara, pero no alcanzó, el Chavo dirigió 10 partidos, perdió 7 y empató 3, logró apenas el 12,5 de efectividad y tan solo anotó 3 goles mientras que recibió 11. Dejó la racha más larga de Estudiantes sin convertir goles, fueron 697 minutos sin marcar. Y, para colmo de males, el hincha solo podía seguir a su equipo por televisión; el desconsuelo era total.

Freddy Villareal anuncia el ingreso de Gastón Fernandez quien, emocionado, da comienzo a lo que será su noche. Anuncia los equipos, sus compañeros salen por el túnel con sus capitanes luciendo la Copa Libertadores y el trofeo conseguido gracias a la obtención del torneo Apertura 2010, el estadio se viene abajo. Entonces, sucede lo inexplicable; la gente está viajando en el tiempo. De repente, es julio del 2009 y Alejandro Sabella todavía vive. Yo vuelvo a tener 12 años y veo a mis ídolos de donde nunca debieron haber salido; el campo de juego.

Ya no hay pandemia, solo Gripe A. Desabato vuelve a ser el central duro y tiempista, Verón el mejor jugador del continente. Rojo nunca jugó en Boca, Enzo jamás se puso la banda, Calderón no nos dejó plantados, Schiavi recién llega y la ilusión de que se quede a vivir en la institución flota en el ambiente. La “Gata” no dio cátedra de cómo ganar clásicos. Braña no le regaló el auto a Marcos y Verón no se bajó el sueldo para retener al “Chapu”. Andújar es tan solo un joven que no jugó ningún mundial y el Estadio UNO es una utopía a perseguir.

Entonces, la luz se apaga y la voz de Alejandro Sabella retumba en el ambiente solo para confirmar lo que todos ya sabemos; es julio del 2009 y somos tetracampeones de América. Un visiblemente emocionado “Pachorra” exclama ante las cámaras televisivas; “somos la gloria”. Y la emoción se hace dueña de la noche. La gente responde al unísono un cántico que será escudo y espada para toda la eternidad; “¡Soy soldado de Sabella!”.

Es el mismo grito que se escuchó en las adyacencias de este recinto allá por diciembre del 2020 cuando el marco era gris y la gente se acercaba para despedir para siempre a una parte de Estudiantes que se perdía en una estrella. El grito ahogado, las camisetas ofrendadas y la noche en vela, fueron postales que quedarán en la cabeza de todo el que estuvo presente aquella tarde de diciembre en donde el profesor nos dejó para siempre.

Hace un tiempo, con motivo de la vuelta de Estudiantes a UNO, Alejo Sabella, el hijo de Alejandro, publicaba en su Instagram personal una foto con la “Gata” y contaba una historia que grafica la identidad del club; “hace poco (Sabella) contó que en la primera charla como técnico de Estudiantes se sintió identificado con la Gata. Y sí, como no iba a ser así si ambos se formaron en River para un día llegar a la gran familia del León. Automáticamente mi papá se dio cuenta que a Gastón le faltaba algo al igual que a él en su momento; era terminar de sumergirse en la cultura pincharrata y añadir su ADN al suyo. Afortunadamente lo logró. Papá tiene como imagen de ello aquella barrida a los pies de un defensor para quitar una pelota, que después terminaría en gol de Boselli contra Nacional en Montevideo”.

La despedida de la “Gata”, está siendo más que el último adiós a un ídolo- con todas las letras- de la institución. Sí, es la despedida de uno de los hijos adoptivo más queridos de la casa. Pero también está siendo un viaje al pasado; está siendo una reunión familiar. Ese es el significado que Estudiantes le dio a su club; el de una familia. Cuando te juntas con tu estirpe, hay algo que tira, no importan las traiciones, los desencuentros, los enojos ni las peleas. Lo que se vive en estas reuniones trasciende las fronteras más racionales y solo se puede explicar desde lo sentimental.

La pandemia nos había quitado la posibilidad de encontrarnos y de sanar en conjunto. Sanar la muerte de Sabella, la ida de la “Gata”, el desplante de Rojo, la floja campaña del Chavo y el Chapu y tantas otras pequeñas cosas que tensionaron a nuestra familia. De eso se trató esta noche; de reencontrarnos y sanar, de despedirnos y reconciliarnos, de avanzar en conjunto como una gran familia. Son las diez menos veinte de la noche y el hijo de G.Fernández está abrazando a su padre luego de marcar su primer gol en UNO. El “Roro” López los abraza a ambos y la última función del diez empieza a finalizar.

Ya no somos jóvenes de vuelta. El 2022 avanza sobre nosotros y el ciclo del fútbol vuelve a comenzar. Quizás sea el comienzo de una nueva historia que podamos contarle a nuestros nietos. Atrás quedan los herederos de la mística que hicieron historia en Belo Horizonte y dejaron un legado enorme, el mismo que nos grabaron a fuego Sabella y sus muchachos; “tengo un deber ineludible, respetar la historia del club”.  Me estoy yendo del Estadio UNO y de fondo escucho una frase que siempre me generó un nudo en la garganta; “si el once la abre para el costado el gran Gastón Fernández te emociona otra vez”.

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